lunes, 21 de abril de 2014

Yo también sueño con recorrer Italia en moto.

La luz de la ciudad. Y dos personas mirándome. Quizás él sólo tenía la mirada perdida pensando en alguna genialidad de las que se le daban tan bien, y quizás ella solo miraba por la ventana intentando averiguar que tiempo le iba a hacer al día siguiente para decidir que conjuntito llevar. Quizás y sólo quizás los dos pensaron a la vez que en algún momento ambos me miraban esperando que el otro también me estuviese mirando, y quizás ambos sabían que en algún momento fue así.


Apartando la vista, como si no pudiese aguantarme la mirada, ella se puso a hacer mil cosas y dejó que su mente siguiese hasta que dejase de acordarse de porque, si él era tan increíble no había funcionado. 

La otra noche la escuché pensando cómo sabía que con el se compenetraba, cómo pensaba que era increíble como la trataba, cómo les encantaba hablar, reír. Cómo a ella le encantaba. La escuché pensar que el había estado ahí cuando le había necesitado. Sabía hacerla reír y sonrojar. Sacar sus más prohibidos deseos y sus más oscuros pensamientos. Sabía esperar cuando ella estaba de mal humor para poder sencillamente llamarla  "ojazos", y entonces ella no podía hacer más que estar segura de que él era increíble. Que de verdad se parecían. Ahora podemos hablar de los Austrias, después del cine Doré y de algún clásico de cine que nunca iban a ver juntos. Ambos tenían claro el sentido de la amistad y lo compartían. Y es que antes que nada, eran amigos. Ella no quería perder eso por nada del mundo. Pero sentía que quizás lo estaba perdiendo. No podía perder a una persona maravillosa por algo que no sabía si podía ser. Y ya lo había entendido: la búsqueda de la media naranja nos la habían explicado mal. No se trataba de buscar hasta encontrar a tu pareja ideal. Se trataba de buscar a gente con la que de verdad estés sincronizado, sacrificando algo que podría haber sido todo. Personas que pasan de ser meros conocidos a ser necesarios. Personas que, como él, habían pasado de ser esa persona que sin saberlo, y hacía más tiempo del que se esperaban, hacía que dejasen de correr las lágrimas por sus mejillas con un "guapa, espero que tu día que ha empezado mal acabe mejor"  y que hacían que ella pudiese sonreír incluso en aquellos tiempos en los que se le había olvidado incluso el significado de esa palabra: "sonreír". Y también sentir.

La escuché pensando cómo sentía que nunca iba a encontrar a alguien más así y cómo quizás no lo necesitaba. Ella por fin lo había entendido: te explican que debes hacer cuando encuentras al príncipe azul, pero quizás ella había encontrado algo más, tan especial que no todo el mundo podía contar, una conexión, una persona increíble. Quizás se habían confundido al pensar que era algo más. Quizás no y sencillamente no era el momento. En cualquier caso, no se arrepentía. No se arrepentía porque en realidad sabía lo que había pasado: estaba siendo cobarde. El último abrazo que se dieron antes de marcharse en la estación de tren había sido especial. Sólo por ese momento, a ella, le había merecido la pena, ella sabía que él había sido y era especial, pero su forma de ser no la dejaba dejar eso ser así sin más. Necesitaba el control. "Todos necesitamos que alguien nos recuerde que el mundo está hecho para nosotros, y que nosotros estamos hechos para el mundo" Y él había sido su recordatorio. 

Obviamente esto ella nunca lo dijo, nunca lo contó, nunca se atrevió a decírselo así a él y casi a nadie. Quizás no sabía expresarlo. Quizás era miedo al rechazo. Quizás miedo a que él no sintiese lo mismo. Ella ya se atreve a mirarme directamente, y yo, como llevo haciendo millones de años, escucho sus pensamientos nocturnos y espero, que aún sin decir nada, sólo mi presencia la reconforte. Al fin y al cabo, es lo que todo el mundo espera de una noche de pensamientos en compañía de la luna, ¿no?.


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