De vez en cuando me gusta cerrar los ojos, respirar hondo y sentir. Sentir sobre todo. De vez en cuando me gusta pensar en todo lo que podría haber sido si no hubiese tomado ciertas decisiones. Estudiar para aquel examen. No ir a aquel partido que me hizo perderme aquella cena con viejos amigos. No alejarme de ciertas personas por miedo a sufrir al verlas. Haber realizado aquella llamada que prometí. Y un montón de cosas así.
De vez en cuando me gusta cerrar los ojos y volver a aquellos momentos del pasado. Una tarde en el patio del colegio jugando al baloncesto, una tarde patinando en el retiro, paseando por Madrid, una noche de fútbol de final europea en Hamburgo, una tarde tumbadas en la habitación con dolor de tripa de reír de absolutamente nada en especial.
De vez en cuando me gusta acordarme de cuando íbamos la abuela, mamá y yo de paseo toda la tarde, de las comidas familiares de más de 23 personas que no volverán nunca a ser lo mismo, porque ya no estamos todos. De aquel primer año de universidad que me hizo volver a amar la vida como me había olvidado. Me gusta pararme a recordar la sensación del sol en la cara. De dar la mano a alguien que quieres. De ir a visitar millones de monumentos con mi madre. Tumbarnos en la cama y reírnos. Me gusta acordarme de cuando jugábamos a embrujadas en el patio del colegio. De cuando bailábamos en casa. Cuando hacíamos obras de teatro en el rellano de la escalera. De cuando estudiar significaba aprobar. De cuando estudiar tenía alguna motivación.
De vez en cuando me gusta acordarme de cuando nos enseñábamos nuestro rincón favorito de Madrid, de cuando coger el tren solas era un evento especial, de cuando queríamos cumplir 18, de una noche mágica de San Juan, de las tardes de cinquillo y tute con mi abuelo y mi abuela, de las llamadas de teléfono de horas, de las hormonas fuera de sí. De vez en cuando no puedo parar de acordarme de aquella mirada que me hacía estremecer y saber que jamás sentiría nada más impresionante en mi vida por nadie, de aquellas canciones cantadas a gritos con un inglés prácticamente inventado, gatatu y cosas así, de batallas de cosquillas en casa a cualquier hora, supervivencia del más fuerte, evolución lo llaman.
De vez en cuando me gusta revivir también las cosquillas en el salón de la casa de la playa, el palillo dentro de la cerradura, hablar de historia, llorar al entrar a algún edificio imponente, comunicarme en demasiado y quejarme demasiado también si hay quien no es capaz de expresar lo que siente y piensa con la misma facilidad.
De vez en cuando me gusta pararme a pensar en cuando sentía vergüenza al acercarme, en cuando sentía vergüenza al hablar en alto con más de dos personas. En cuando tan a menudo mirarme en el espejo era motivo de que se me saltasen las lágrimas, de que me avergonzase de mi misma. De cuando creía que todo iba en mi contra y le ponía tan difícil a la gente que le importaba ir a mi favor. De cuando tomé aquella decisión tan acertada. Y de cuando tomé aquella tan desafortunada.
De vez en cuando me gusta pararme a pensar en cuando sentía vergüenza al acercarme, en cuando sentía vergüenza al hablar en alto con más de dos personas. En cuando tan a menudo mirarme en el espejo era motivo de que se me saltasen las lágrimas, de que me avergonzase de mi misma. De cuando creía que todo iba en mi contra y le ponía tan difícil a la gente que le importaba ir a mi favor. De cuando tomé aquella decisión tan acertada. Y de cuando tomé aquella tan desafortunada.
De vez en cuando, cuando me paro en todas estas cosas, me gusta recordarlas, pero me gusta sentirlas. Me gusta que me llenen el corazón, que me recuerden que está ahí, que lo tengo, y que no sólo tiene que doler. Incluso las cosas malas... Quizás alguno de los mejores momentos de mi vida vino de un efecto mariposa de alguno de los peores momentos, o viceversa.
De vez en cuando, y desde los últimos meses, cuando me paro a pensar, recuerdo todo como mera espectadora de alguna película. Como una noche de verano, 15 de agosto, estrellada, alguien dice: cierra los ojos. Algo de un recuerdo. Y el resto... es magia. Y una promesa: "Always there for you". Y resulta que la luna está llena, en ambos casos. Toda la magia siempre ocurre en las noches de luna llena. No creo que sea una coincidencia. Las coincidencias no existen. De vez en cuando pienso que no tendría que pararme a recordar aquello como mera espectadora, que es lo que llevo haciendo un tiempo, pero os contaré un secreto: tengo miedo de cerrar los ojos y recordarlo y sentirlo en primera persona. Miedo de darme cuenta de que quizás nunca jamás volveré a sentir algo así.
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ResponderEliminarMe encanta muchis
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